El recuerdo de María Rosa
El
recuerdo de María Rosa Sandoval es la inspiración de su primer libro, “Los
heraldos negros”, y se junta al de la madre del poeta también llamada María en
la imprecación a Dios de su poema “Los dados eternos”: “Tú no tienes Marías que
se van…” Después de más de un año de romance, ella desaparece sin dejar huella.
Se sabrá después que María Rosa viajó a las serranías de Otuzco para alejarse
del poeta a quien no quería entristecer con su enfermedad mortal: una
tuberculosis que terminó con su vida en 1918. La misteriosa amada que tanta
importancia tiene en la poesía de Vallejo dejó un inédito diario de vida
revelado en la novela biográfica Vallejo en los infiernos de Eduardo González
Viaña.
EL AUTOR. Teodoro Rivero Ayllón es poeta y periodista. Nació de Ascope, La Libertad, en 1933. Estuvo vinculado a la familia del poeta Francisco Xandóval desde 1949, cuando era su alumno, y se convirtió en su discípulo hasta la muerte del poeta, en 1960. Ha publicado poemarios y libros de viajes. También semblanzas sobre Alcides Spelucín, Haya de La Torre y César Vallejo.
ROMANCE EN TRUJILLO • El periodista y poeta Teodoro Rivero Ayllón publica
libro en el que revela el amor trujillano del autor de Los heraldos negros.
A la temprana muerte de la amada, víctima de la tuberculosis, el vate santiaguino
le dedicó sentidos versos.
Entre los amores de César Vallejo –quien nació un día como hoy en 1892,
en Santiago de Chuco–, los biógrafos mencionan a María Rosa Sandoval, una bella
ascopeña. La conoció durante su estadía en la ciudad de Trujillo y a su
temprana muerte –24 años–, Vallejo la alude en sentidos versos de Los heraldos
negros.
María Rosa Sandoval era nada menos que la hermana del poeta Francisco
Sandoval, amigo de Vallejo y miembro del grupo Norte junto a Antenor Orrego,
Haya de la Torre, José Eulogio Garrido, Alcides Spelucín, entre otros. El poeta
y periodista trujillano Teodoro Rivero Ayllón, quien propiamente creció con la
amistad personal de Sandoval, acaba de publicar el libro Mi Ananké y dos
diarios íntimos, en el que da noticias tanto de los hermanos Francisco Sandoval
y María Sandoval, la musa trágica de Vallejo.
Amigo de los Sandoval
El testimonio de Teodoro Rivero Ayllón es de primera mano porque no solo
fue amigo personal de Sandoval, sino también fue su heredero bibliográfico.
“Me acogió desde adolescente entre su familia y cuando murió, en 1960,
heredé su biblioteca”, manifiesta Rivero Ayllón mientras bebemos un café en la
ciudad de Trujillo.
Entre los papeles inéditos, Rivero Ayllón halló los diarios inéditos
tanto de Francisco como de María Sandoval. Desgraciadamente el de María solo
algunas escasas páginas porque las demás habían sido pasto del fuego.
“María murió enferma de tisis y la familia, por temor al contagio, quemó
sus pertenencias. Sin embargo, llegaron a salvarse pocas páginas de su diario,
en los que, desgraciadamente, no hay nada sobre su relación con Vallejo”, narra
Teodoro Rivero.
Sin embargo, hay más de un testimonio de esta relación amorosa. No solo
están los versos de Vallejo, como veremos más adelante, sino también los
testimonios que Rivero Ayllón recoge de los biógrafos del vate santiaguino.
La muchacha de Ascope
María Rosa Sandoval vino de sierra adentro y se estableció en Trujillo,
en donde estaba su hermano Francisco quien, como poeta, empezó a firmar su apellido
con X, Sandoval.
“María Rosa nació en Ascope, en 1894, hija del capitán Álvaro Gabino
Sandoval y de la preceptora Manuela Bustamante”, refiere Rivero Ayllón.
“En Trujillo –agrega– vivía en el mismo barrio donde vivía Vallejo, en el
barrio de Santa Ana. César en el Hotel el Arco y María Rosa –ya huérfana de
padre y madre– frente a la plazuela de Santa Ana”, explica el autor de Ananké.
Juan Espejo Asturrizaga, respetado biógrafo del autor de Trilce, dedica
algunas líneas a María Rosa: “una muchacha atractiva y de muchas simpatías.
Poseedora de un espíritu fino y cultivado. Amante de la poesía y curiosa e
interesada por toda clase de actividades artísticas”. Y agrega: “de todas las
chicas que interesaron a Vallejo durante su etapa de estudiante en Trujillo,
fue ésta la más inteligente, la más comprensiva de su alto espíritu”.
El adiós con versos
Un mal, la tisis o tuberculosis, acabó con la vida de María Rosa. Murió
un 10 de febrero de 1918, en la serranía de Otuzco, a donde fue llevada a
mitigar sus males.
Vallejo, según Rivero Ayllón, la había dejado de ver el verano de 1917.
Por ello, antes de su retorno a Santiago de Chuco, escribirá:
“Verano, ya me voy. Y me dan pena/ las manitas sumisas de tus tardes./
llegas devotamente, llegas viejo/ y ya no encontrarás en mi alma a nadie.//
Verano! Y pasarás por mis balcones/ con gran rosario de amatista y oros,/ como
un obispo triste que llegara/ de lejos a buscar y bendecir/ los rotos aros de
unos muertos novios…// Ya no llores, verano! En aquel surco/ muere una rosa que
renace mucho!
El amor y tristeza de Vallejo por María Rosa, según Rivero Ayllón, se
extiende a otro poema que aparece en Los heraldos negros. Se trata de "Los
dados eternos", poema vigoroso y rebelde que Manuel González Prada
celebrara vivamente al autor de Trilce.
¡Dios mío! ¡Estoy
llorando el ser que vivo!
¡me pesa haber tomádote
tu pan!
Pero este pobre barro
pensativo
No es costra fermentada
en tu costado
¡tú no tienes Marías que
se van!
Viaje a Lima. Los heraldos negros
Se embarca en el vapor Ucayali, y llega a Lima el 30 de diciembre de
1917. Conoce a lo más selecto de la intelectualidad limeña. Se encuentra con
Clemente Palma, que había sido un furibundo detractor de su obra poética (había
calificado de mamarracho el poema «El poeta a su amada»), pero quien esta vez
le da muestras de respeto. Llega a entrevistarse con José María Eguren y con
Manuel González Prada, a quien los más jóvenes consideraban entonces un maestro
y guía. En la capital, Vallejo se vinculó con escritores e intelectuales como
Abraham Valdelomar y su grupo Colónida, José Carlos Mariátegui; con ambos hace
profunda amistad. También conoce a Luis Alberto Sánchez y Juan Parra del Riego.
Asimismo, publica algunos de sus poemas en la revista Suramérica del periodista
Carlos Pérez Cánepa.
En 1918 entra a trabajar al colegio Barrós de Lima. Cuando en septiembre
de ese año muere el director y fundador de dicho colegio, Vallejo ocupa el
cargo. Se enreda en otra tormentosa relación amorosa, esta vez con Otilia
Villanueva, una muchacha de 15 años, cuñada de uno de sus colegas. Debido a
ello pierde su puesto de docente. Otilia será la inspiradora de varios de los
poemas de Trilce.
Al año siguiente consigue empleo como inspector disciplinario y profesor
de Gramática Castellana en el Colegio Nacional Nuestra Señora de Guadalupe. Ese
mismo año ve la luz su primer poemario Los heraldos negros, que muestran aún
las huellas del modernismo en su estructura, aunque ya se vislumbran algunas
características muy peculiares en el lenguaje poético. El poeta toca la
angustia existencial, la culpa personal y el dolor, como, por ejemplo, en los
conocidos versos "Hay golpes en la vida tan fuertes... ¡Yo no sé!" o
"Yo nací un día / que Dios estuvo enfermo". Circularon relativamente
pocos ejemplares, pero el libro fue en general bien recibido por la crítica.
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