lunes, 8 de febrero de 2016

El recuerdo de María Rosa


El recuerdo de María Rosa Sandoval es la inspiración de su primer libro, “Los heraldos negros”, y se junta al de la madre del poeta también llamada María en la imprecación a Dios de su poema “Los dados eternos”: “Tú no tienes Marías que se van…” Después de más de un año de romance, ella desaparece sin dejar huella. Se sabrá después que María Rosa viajó a las serranías de Otuzco para alejarse del poeta a quien no quería entristecer con su enfermedad mortal: una tuberculosis que terminó con su vida en 1918. La misteriosa amada que tanta importancia tiene en la poesía de Vallejo dejó un inédito diario de vida revelado en la novela biográfica Vallejo en los infiernos de Eduardo González Viaña.










                      EL AUTORTeodoro Rivero Ayllón es poeta y periodista. Nació de Ascope, La Libertad, en 1933. Estuvo vinculado a la familia del poeta Francisco Xandóval desde 1949, cuando era su alumno, y se convirtió en su discípulo hasta la muerte del poeta, en 1960. Ha publicado poemarios y libros de viajes. También semblanzas sobre Alcides Spelucín, Haya de La Torre y César Vallejo.


ROMANCE EN TRUJILLO • El periodista y poeta Teodoro Rivero Ayllón publica libro en el que revela el amor trujillano del autor de Los heraldos negros.
A la temprana muerte de la amada, víctima de la tuberculosis, el vate santiaguino le dedicó sentidos versos.
Entre los amores de César Vallejo –quien nació un día como hoy en 1892, en Santiago de Chuco–, los biógrafos mencionan a María Rosa Sandoval, una bella ascopeña. La conoció durante su estadía en la ciudad de Trujillo y a su temprana muerte –24 años–, Vallejo la alude en sentidos versos de Los heraldos negros.
María Rosa Sandoval era nada menos que la hermana del poeta Francisco Sandoval, amigo de Vallejo y miembro del grupo Norte junto a Antenor Orrego, Haya de la Torre, José Eulogio Garrido, Alcides Spelucín, entre otros. El poeta y periodista trujillano Teodoro Rivero Ayllón, quien propiamente creció con la amistad personal de Sandoval, acaba de publicar el libro Mi Ananké y dos diarios íntimos, en el que da noticias tanto de los hermanos Francisco Sandoval y María Sandoval, la musa trágica de Vallejo.
Amigo de los Sandoval
El testimonio de Teodoro Rivero Ayllón es de primera mano porque no solo fue amigo personal de Sandoval, sino también fue su heredero bibliográfico.
“Me acogió desde adolescente entre su familia y cuando murió, en 1960, heredé su biblioteca”, manifiesta Rivero Ayllón mientras bebemos un café en la ciudad de Trujillo.
Entre los papeles inéditos, Rivero Ayllón halló los diarios inéditos tanto de Francisco como de María Sandoval. Desgraciadamente el de María solo algunas escasas páginas porque las demás habían sido pasto del fuego.
“María murió enferma de tisis y la familia, por temor al contagio, quemó sus pertenencias. Sin embargo, llegaron a salvarse pocas páginas de su diario, en los que, desgraciadamente, no hay nada sobre su relación con Vallejo”, narra Teodoro Rivero.
Sin embargo, hay más de un testimonio de esta relación amorosa. No solo están los versos de Vallejo, como veremos más adelante, sino también los testimonios que Rivero Ayllón recoge de los biógrafos del vate santiaguino.
La muchacha de Ascope
María Rosa Sandoval vino de sierra adentro y se estableció en Trujillo, en donde estaba su hermano Francisco quien, como poeta, empezó a firmar su apellido con X, Sandoval.
“María Rosa nació en Ascope, en 1894, hija del capitán Álvaro Gabino Sandoval y de la preceptora Manuela Bustamante”, refiere Rivero Ayllón.
“En Trujillo –agrega– vivía en el mismo barrio donde vivía Vallejo, en el barrio de Santa Ana. César en el Hotel el Arco y María Rosa –ya huérfana de padre y madre– frente a la plazuela de Santa Ana”, explica el autor de Ananké.
Juan Espejo Asturrizaga, respetado biógrafo del autor de Trilce, dedica algunas líneas a María Rosa: “una muchacha atractiva y de muchas simpatías. Poseedora de un espíritu fino y cultivado. Amante de la poesía y curiosa e interesada por toda clase de actividades artísticas”. Y agrega: “de todas las chicas que interesaron a Vallejo durante su etapa de estudiante en Trujillo, fue ésta la más inteligente, la más comprensiva de su alto espíritu”.
El adiós con versos
Un mal, la tisis o tuberculosis, acabó con la vida de María Rosa. Murió un 10 de febrero de 1918, en la serranía de Otuzco, a donde fue llevada a mitigar sus males.
Vallejo, según Rivero Ayllón, la había dejado de ver el verano de 1917. Por ello, antes de su retorno a Santiago de Chuco, escribirá:
“Verano, ya me voy. Y me dan pena/ las manitas sumisas de tus tardes./ llegas devotamente, llegas viejo/ y ya no encontrarás en mi alma a nadie.// Verano! Y pasarás por mis balcones/ con gran rosario de amatista y oros,/ como un obispo triste que llegara/ de lejos a buscar y bendecir/ los rotos aros de unos muertos novios…// Ya no llores, verano! En aquel surco/ muere una rosa que renace mucho!
El amor y tristeza de Vallejo por María Rosa, según Rivero Ayllón, se extiende a otro poema que aparece en Los heraldos negros. Se trata de "Los dados eternos", poema vigoroso y rebelde que Manuel González Prada celebrara vivamente al autor de Trilce.

¡Dios mío! ¡Estoy llorando el ser que vivo!

¡me pesa haber tomádote tu pan!

Pero este pobre barro pensativo

No es costra fermentada en tu costado

¡tú no tienes Marías que se van!




Viaje a Lima. Los heraldos negros
Se embarca en el vapor Ucayali, y llega a Lima el 30 de diciembre de 1917. Conoce a lo más selecto de la intelectualidad limeña. Se encuentra con Clemente Palma, que había sido un furibundo detractor de su obra poética (había calificado de mamarracho el poema «El poeta a su amada»), pero quien esta vez le da muestras de respeto. Llega a entrevistarse con José María Eguren y con Manuel González Prada, a quien los más jóvenes consideraban entonces un maestro y guía. En la capital, Vallejo se vinculó con escritores e intelectuales como Abraham Valdelomar y su grupo Colónida, José Carlos Mariátegui; con ambos hace profunda amistad. También conoce a Luis Alberto Sánchez y Juan Parra del Riego. Asimismo, publica algunos de sus poemas en la revista Suramérica del periodista Carlos Pérez Cánepa.
En 1918 entra a trabajar al colegio Barrós de Lima. Cuando en septiembre de ese año muere el director y fundador de dicho colegio, Vallejo ocupa el cargo. Se enreda en otra tormentosa relación amorosa, esta vez con Otilia Villanueva, una muchacha de 15 años, cuñada de uno de sus colegas. Debido a ello pierde su puesto de docente. Otilia será la inspiradora de varios de los poemas de Trilce.
Al año siguiente consigue empleo como inspector disciplinario y profesor de Gramática Castellana en el Colegio Nacional Nuestra Señora de Guadalupe. Ese mismo año ve la luz su primer poemario Los heraldos negros, que muestran aún las huellas del modernismo en su estructura, aunque ya se vislumbran algunas características muy peculiares en el lenguaje poético. El poeta toca la angustia existencial, la culpa personal y el dolor, como, por ejemplo, en los conocidos versos "Hay golpes en la vida tan fuertes... ¡Yo no sé!" o "Yo nací un día / que Dios estuvo enfermo". Circularon relativamente pocos ejemplares, pero el libro fue en general bien recibido por la crítica.
















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